Si tengo algo de culpa, no voy a quedar impune. Tú sí, él
sí, ella sí, ellos también. Yo no. El ácido de mi estómago pugna por trepar a
través de mi esófago hasta mi boca para escupírtelo cuando te enojas conmigo,
cuando solo importa tu reacción. Apostaría que si yo fuera alguien más pedirías
disculpas, lo lamentarías, sin embargo tienes la suerte de estar frente a una
estúpida que sabe entender –o al menos lo intenta-, y a la que no quieren
comprender. Cuando tu molestia hinca, cuando tu mal día cae sobre mí, cuando mi
error es un billón de veces peor que el tuyo, vas a torturarme en silencio,
huyendo y volviendo para recordarme lo mala que puedo ser, aunque no lo haya sido. ¿Recuerdas?, ¿recuerdas cómo
te habló? No fue nada, ¿verdad? No fue nada porque yo soy peor. Semanas y
semanas sin mirarme, a tu agresor lo abrazaste diez minutos después. Tienes
suerte. Tienes la suerte de no verme.
Van a perdonar traiciones, golpes, mentiras y bajezas, pero
no van a aceptar mis razones. Hagan sus balances, sumas y restas. Les voy a
faltar, seres. Compadezco sus imbecilidades. Con amor, jódanse.