Desvaríos ligeros y otros más profundos

21 de diciembre de 2012

No sé

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A veces no sé. No sé si me quedo sin ideas o no sé cómo empezar a hablar. Quizá sea el miedo a que se me quiebre la voz mientras lo hago, pero en algunas ocasiones prefiero solo callarme y dejar que los pensamientos naden libres en mi cabeza y que se entiendan, que se las arreglen. La incertidumbre de un mal es atroz: mirar a alguien y no saber cuánto tiempo estará vivo es perturbador. 

Por más que a veces me saque de quicio, la quiero. No sé cómo, pero la quiero y a mares lloré cuando supe que el cáncer se podría llevar a alguien que quiero, así como ya lo hizo una vez. Impotencia, miedo, coraje y resignación, no sé, a veces todo junto, aunque sea por muy poquito tiempo. La veo igual, idéntica, pero no sé cómo estará en unos meses. Sigue igual, exactamente igual en su trato: me desespera, me pregunta, se responde sola y ríe, burlona como siempre, indiferente con lo que le pasa, y una vez más, no sé si no lo acepta o no le importa, tal como nada le ha importado nunca.  

Este escrito está tan incompleto como incompleta mi cabeza ahora, así que no sé. A seguir, nada más.