Desvaríos ligeros y otros más profundos

20 de octubre de 2014

De Mayolo a la Argentina

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Subió y todo el ambiente hiede ahora. Es la segunda vez que lo veo. Espero que esta no sea la primera vez que él me vea a mí. Espero que nunca lo haga. Se disparó como un bólido hacia el fondo del vehículo, pero desde aquí puedo sentir un fuerte olor a orina y a mugre. Parece tan frágil, me da tanta pena. Hace un año tosía compulsivamente, se aclaraba la garganta y escupía por la ventana. Hace un año, exactamente, el hombre olía igual. Sospecho que no ha de haber tocado más agua que la que bebe, si es que ingiere algo más que gaseosas y alcohol, como la loquita que me asustó cuando tenía cuatro años. El año pasado este enclenque muchacho hablaba, insultaba, tosía, amenazaba y volvía a toser. Todo desde su asiento pintado de esmalte rojo que se descascaraba y dejaba ver los colores que antes cubrieron el plástico. Temí que me estrangulara. Siempre pienso que alguien vendrá por detrás y me asfixiará en el transporte público. En fin, ahora ya no habla, pero supongo que respira aire que sale tóxico al ambiente. ¡Paff! Alguien cae en el asiento que solo un nanosegundo atrás estaba vacío. 'Me fregué, me va a desfigurar, me va a llenar de flema la cara', pero no: era una chica igual de nerviosa que yo. Vino apresurada desde el fondo. De pronto, toda la gente comenzó a llenar los sitios vacíos de la parte delantera. Es muy triste cuando nadie quiere saber de ti, especialmente si tienes hambre o huecos en el alma. Tal vez él sea consciente de eso cuando aterrice más tarde. Por ahora solo ha vuelto a bajar en la avenida Argentina y un cobrador de combi acaba de espantarlo. Dejo de mirar, me siento de piedra.